sábado, 24 de marzo de 2012

Así fue


Isaías 53:5

Mas él herido fue por nuestras rebeliones,
molido por nuestros pecados;
el castigo de nuestra paz fue sobre él,
y por su llaga fuimos nosotros curados.


¿Qué sensación produce en ti el hablar de una muerte? Quizás silencio, asombro, perplejidad, consuelo...sea cual sea permíteme acercarte a un suceso que aun sigue en boca de todos. Esa noche oscura y fría, se encontraba arrodillado hablando con su padre. Fue arrestado por los sacerdotes y ancianos siendo entregado a Pilato. Éste no tomó decisión, si no que el pueblo fue quien decidió que fuera crucificado. Castigado y humillado. Tratado como mentiroso. Muchos que le seguían, fueron los que le insultaron y se mofaron de Él.
Lágrimas, gritos, sangre y tierra corrían a su alrededor. Empujones y patadas recibía. ¿Dónde están sus discípulos? Se olía el miedo y la tristeza. Desesperación corrían por sus venas. Vestido de dolor. Soledad. Miedo y crueldad rodeaban aquellas calles. El peso de su cruz, cargaba en su espalda.
Madera y clavos. Carcajadas. Ojos inyectados de temor. Sufrimiento, no saber como expresarte. Sentimiento de impotencia. Poder y no querer. Martillo y tres clavos.

Crucificado en lo alto de un monte, en el cual se encontraban dos ladrones, también crucificados, a su lado. Castigado como uno de ellos. Siendo menospreciado a pesar de no existir pecado en Él Dedicó su vida a su Padre. Envidia y verdad. Le daban vinagre, para aliviar su sed. Caían lágrimas por el rostro de su madre. “Sálvate a ti mismo, si eres hijo de Dios, y desciende de la cruz”, se escuchaba. Llamamiento a su Padre: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Nubes y oscuridad cubriendo la faz de la tierra. Silencio, y miradas dirigidas sobre JESÚS.


Hace siglos Jesús murió por cada uno de nosotros. Murió para que tú pudieras ser salvo. Perdonó todos tus pecados, sin excepción alguna.

Acércate a Él.  

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