lunes, 3 de septiembre de 2012

El hijo mayor; una difícil posición.


Y su hijo el mayor estaba en el campo; el cual como vino, y llegó cerca de casa, oyó la sinfonía y las danzas. Y llamando á uno de los criados, preguntóle qué era aquello.Y él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha muerto el becerro grueso, por haberle recibido salvo. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él respondiendo, dijo al padre: He aquí tantos años te sirvo, no habiendo traspasado jamás tu mandamiento, y nunca me has dado un cabrito para gozarme con mis amigos: Mas cuando vino éste tu hijo, que ha consumido tu hacienda con rameras, has matado para él el becerro grueso.
Lucas 15 25:30

No solo se perdió el hijo menor, que se marchó de casa en busca de la felicidad, sino que también, aunque parezca algo más difícil de comprender, el que se quedó en casa se perdió. Los dos necesitaban sanación y perdón. Los dos necesitaban volver a casa y tener el abrazo de misericordia del Padre. Sin lugar a dudas, yo diría que la conversión más difícil fue la del que se quedó en casa.
Todos entendemos a la perfección la parábola del hijo pródigo y Jesús plasma de forma magistral un papel, representado por el hijo menor, el cuál después de haber visto que toda aquella conducta caprichosa no le conducía más que a la miseria, reflexionando volvió pidió perdón. Es decir, este es el clásico error humano que se soluciona de forma contundente. Se comprende y uno es capaz de sentirse en su piel fácilmente.
Sin embago, el extravío del hijo mayor es más difícil de identificar. Al fin y al cabo, todo lo hacía bien: trabajaba mucho y sin quejarse, servicial, cumplidor de la ley... Vamos, el hijo modelo. Hijo modelo porque aparentemente, él no tenía fallos. Pero cuando vio a su padre irreconocible dándole aquella fiesta y aquella alegría, un poder oscuro salió de su interior.

Realmente es curiosa de analizar la conducta del hijo mayor, pero lo más llamativo es que todo nace de del deseo de ser bueno y un genio. De hecho, él es el único que puede saber mejor que nadie cuánto le ha costado ganarse esa buena fama del hijo modelo para toda la comunidad. Solo él sabe cuánto sudor ha derramado a lo largo de su vida para conseguirlo y así ser aceptado. Es tal el punto, que podríamos decir que le daba pánico rozar el pecado con la punta de sus llemas. Pero la seriedad y el exceso de "religión" sin nada más que normas y normas, le llebaron a sentirse cada vez más incómodo en la propia casa de su Padre. 
Nos podemos identificar con el hermano mayor en la historia en que a menudo, al menos a mí, me descubro haciendome más sensible a pequeños comentarios o pequeños rechazos que me dan la sensación que me apartan. Pero, ¿Cómo? Si yo precisamente estoy luchando por tener la vida más recta posible. Ese lamento va creciendo y creciendo hasta tal punto que cada vez me siento peor e incómodo en la casa de mi Padre. Es una espiral del rechazo hacia los demás y hacia mí. Acaba siendo un laberinto de quejas en el que lo único que tengo claro, es que soy el incomprendido y el más rechadazo del mundo.
Hay una cosa bien clara: quejarse es contraproducente. Siempre que intento dar lástima o hacer entender algo a alguien con la esperanza de recibir la satisfacción que deseo por la pe na que doy, el resultado es el contrario de lo que estoy intentando conseguir. La queja, una vez la hemos mostrado, aún produce  más rechazo. 
Desde esta perspectiva se comprende la incapacidad del  hijo mayor para compartir la alegría con su Padre. 
Esta vivencia llena de incomprensión hacia el Padre por su alegría por su hermano es la prueba de un corazón lleno de resentimiento. Sus quejas al llegar a casa y ver todo lo que sucedía le paralizaron y dejaron que la oscuridad le envolviera. 
Mirando a mi interior pienso que hay mucho juicio entre los "santos". El prejuicio, la condena están a la orden del día entre nosotros. Y la IRA nos corroe especialmente a aquellos que estamos tan ocupados en evitar el pecado.

El final de la historia es un final abierto. Quizás Jesús nos quiere hacer pensar en lo que realmente es importante: esas dos actitudes de los hijos que tienen en común algo. ¿Se reconciliaron los hermanos? Finalmente ¿el hermano mayor entró y disfrutó del banquete? ¿Reconoció el mayor que no era mejor que el hermano menor?
Jesús dejo esas dudas en el aire; realmente no son lo importante. Pero detrás de todo esto no deja de brillar algo sublime: el corazón sumerjido y forjado de misericordia infinita del Padre.

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