martes, 14 de febrero de 2012

Dolor, sufrir, curar (II)

Salmo 44:23-24 
¿Por qué duermes, Señor? Despierta, no te alejes para siempre. ¿Por qué escondes tu rostro?

Mi experiencia me dice que no acaba siendo demasiado difícil identificar el papel beneficioso de algún sufrimiento que he padecido. De hecho, los mayores sufrimientos que he padecido eran por querer desprenderme de algo que era una carga, un estorbo, o algo que me infravaloraba. Es decir, que me liberé de padecimientos, pensamientos o personas que podían acabar siendo muy perjudiciales en mi vida a fin de escaparme de un mal mayor.

A menudo me siento en una rebelión contra Dios debido al hecho de mi incapacidad para comprender el porqué de determinadas situaciones, circunstancias o experiencias. Conozco demasiada gente y hermanos cristianos que tienen su fe mermada ante la imposibilidad de encontrar una explicación lógica y razonable a su sufrimiento ante el aparente o real silencio de Dios. Muchos cristianos se han sentido solos y abandonados de parte de Dios, defraudados por la falta de acción del Señor en sus vivencias de dolor y sufrimiento. ¿Alguna vez has pensando dentro tuyo las palabras que encabezan esta entrada? 
En muchas ocasiones, toda la situación se ve agravada por nuestras falsas expectativas respecto a la vida y respecto a cómo Dios debe de actuar.  Por otro lado, nos formamos ideas o expectativas equivocadas acerca de la forma en qué se supone que Dios debe actuar ante nuestro dolor y padecimientos. Pero Él no está obligado a eliminarlo, ni siquiera a calmarlo o disminuirlo. Dios no se comprometió, en ningún lugar de la Escritura, a hacer de nuestra vida, una vida libre de padecimientos o dolor, sino más bien, todo lo contrario. En los momentos en que el dolor y el sufrimiento no parecen tener ningún sentido sólo nos queda la confianza en Dios. Y la evidencia esta en que la Palabra en Hebreos nos dice que sin fe es imposible agradar a Dios. Unos versículos antes indica que la fe es estar convencidos de cosas que no vemos. Cuando vivimos las circunstancias en que la lógica y los sentimientos no valen, que en nuestro contexto ( y sí en el de Dios) no encajan, la Palabra toma el turno de hablar y nos dice:
- Dios no nos ha abandonado a pesar de que podamos sentir lo contrario o las circunstancias así parezcan indicarlo. Mateo 28:20; Hebreos 13:5...

- Dios tiene su tiempo que, muy a menudo, por no decir siempre, es diferente al nuestro. En su momento Él cumplirá su propósito. Pero Él quiere y debemos esforzarnos por parecernos a Jesús. Por tanto, el dolor y el sufrimiento estarían justificados si lo que buscamos es ser como Jesús.
- El amor incondicional de Dios está siempre detrás de sus decisiones. Dios ha demostrado ese amor en la cruz muriendo por nosotros cuando éramos sus enemigos, cuando éramos pecadores y lo único que merecíamos era la muerte y total destrucción.

Beneficios?
El primer beneficio es llamar la atención acerca de la realidad de que algo está mal en nuestras vidas. El dolor, el sufrimiento y el padecimiento pueden ser los altavoces que Dios usa para llamarnos la atención.
Un posible segundo beneficio es que nos hace conscientes de nuestra propia y finita realidad como seres humanos. El dolor y el sufrimiento acaban con nuestro orgullo. Nos obligan a enfrentarnos a la realidad de que somos impotentes, frágiles e incapaces. Al experimentarlos, nos sentimos vulnerables y necesitados, a menudo, desamparados y sin fuerzas. Y curiosamente en este punto, muchos decidimos hacernos los fuertes y dar una apariencia a los demás de dureza y estabilidad que no es.
El tercero de los beneficios es que el dolor y el sufrimiento pueden llevarnos de vuelta a Dios. Nuestra fragilidad, incapacidad y vulnerabilidad pueden ser guías hacia el Señor. El aceptar todo esto nos puede abrir las puertas a reforzar nuestro caminar y nuestra experiencia del Señor.
El cuarto beneficio es que el dolor y los padecimientos son medios para experimentar la gracia de Dios. Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Su gracia nos es prometida, pero no necesariamente para reducir el dolor o suprimirlo, mas bien para que podamos glorificar a Dios con nuestra experiencia de su gracia.
Un quinto y, en este trabajo último beneficio, es que el dolor prueba nuestra fe. El sufrimiento purifica nuestra fe y la hace más perfecta. Ayudan a madurar, crecer y fortalecernos espiritualmente.

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